LOS 7 PRECIOSÍSIMOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO SON
EL DON DE SABIDURÍA:
le proporciona al hombre una especie de connaturalidad con las cosas de Dios, haciéndole saborear, con deleite inefable, "las cosas de arriba, no las de la tierra" (Col 3,1-2), dándole un sentido de eternidad que le hace ver todas las cosas a través de Dios, como por instinto sobrenatural y divino.
EL DON DE ENTENDIMIENTO:
proporciona al alma fiel una penetración profundísima en los grandes misterios de la fe: la inhabitación trinitaria, el misterio redentor, nuestra incorporación a Cristo, el valor infinito de la misa, etc., haciéndoselos vivir con gran intensidad y perfección.
EL DON DE CIENCIA:
le enseña a juzgar rectamente de las cosas creadas, viendo en ellas una huella o vestigio de Dios, que pregona su hermosura y bondad inefables. Con él veía San Francisco de Asís al hermano lobo, la hermana flor, la hermana fuente. Es la "ciencia de los santos", que será siempre una locura ante la increíble estulticia del mundo (cf. 1 Cor 3,19).
EL DON DE CONSEJO:
marca la orientación que debemos seguir en cada caso para entrar en los designios eternos de Dios sobre nosotros. Son corazonadas, golpes de vista intuitivos, cuyo acierto y oportunidad se encargan más tarde de descubrir los acontecimientos.
EL DON DE PIEDAD:
tiene por objeto excitar en la voluntad, por inspiración del Espíritu Santo, un afecto filial hacia Dios, considerado como Padre amorosísimo, y un sentimiento de fraternidad universal para con todos los hombres en cuanto hermanos nuestros e hijos del mismo Padre, que está en los cielos. Nos hace sentir también una ternura especial hacia la Virgen María, Madre de la Iglesia y dulcísima Madre nuestra.
EL DON DE FORTALEZA:
brilla en la frente de los mártires y en la práctica callada y heroica de las virtudes de la vida cristiana ordinaria, que constituyen el "heroísmo de lo pequeño", con frecuencia más difícil y penoso que el de las cosas grandes.
EL DON DE TEMOR:
en fin, llena el alma de respeto reverencial ante la majestad infinita de Dios, dejándola dispuesta a morir mil veces antes que ofenderla por el pecado.
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Paz y bien