Oh Divino Espíritu,
¡cuán poco consideramos
tu incesante actuación
en nuestras almas!.
Tú eres en realidad la vida
que Cristo quiso dar
a sus ovejas en gran abundancia.
Tú, el fuego
que Él vino a traer a la tierra,
deseando vivamente que ardiese.
Ven, pues,
oh Espíritu Santo
a nuestras almas,
fuente viva de gracia,
fuego de amor,
amor personificado,
unción espiritual,
suave regalo,
santísima luz,
padre de los pobres,
dador de todo don:
haznos tener gusto
y sabor y hambre
y sed de lo justo y bueno,
danos,
en los contratiempos,
descanso al trabajo,
templanza en lo ardiente,
consuelo en el llanto;
llena nuestro pecho con un casto amor;
y,
ya que en el hombre
sin tu ayuda
no hay nada que no le dañe:
ven,
y lava lo manchado,
riega lo que es seco,
sana lo enfermo,
doblega lo que es duro,
gobierna el camino,
enciende lo helado,
concédenos tus siete dones,
aumento en virtudes,
feliz descanso
y eterno gozo.
Amén.
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Paz y bien