Ser religiosa es pertenecer a la misma estirpe de las primitivas vírgenes cristianas. Es haber mirado una vez fijamente a la Luz y ya no ver fuera de ella apenas otra cosa que tinieblas.
Ser religiosa es poseer un alma de precisión, un corazón de alta fidelidad. Es dar testimonio vivo contra tanto creyente que pretende trabajar en joyería espiritual con mentalidad y manos de un burdo herrero.
Ser religiosa es dejar a unos posibles hijos, perderse en el vacío bosque de la nada para casarse con Cristo en el Calvario, ese monte donde sólo se engendran almas. Es renunciar a tener una familia como propia con el único anhelo de que todos te llamen: ¡Madre!; de que todos te griten: ¡Hermana!
Ser religiosa es permanecer en constante radioescucha a la espera de cualquier angustioso "S. 0. S.". Es tener el deber de servir sin el derecho a esperar las gracias.
Ser religiosa es formar parte escogida de la reserva espiritual del mundo, es consagrar la vida a inyectar eficacia divina en obras puramente humanas; es, como dijo el Maestro, escoger sencillamente la mejor parte.
Ser religiosa es todo eso. Y por eso, agradezco a Dios la gracia de, además de ser mujer, ¡¡¡SER RELIGIOSA!!!
Texto del P. José Luis Martí, O.C.D.
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Paz y bien